“Vive la calle” es la iniciativa de unos alumnos procedentes de todas las carreras de la Universidad del Desarrollo. Cada martes, éstos se reúnen en las puertas de la misma para dirigirse a encontrar una de las mayores satisfacciones que puede tener una persona: la felicidad del prójimo, y más aún cuando se trata de personas con pocos recursos. Gracias a la universidad, los voluntarios pueden llevar comida caliente y té a los necesitados que se encuentran en la calle Davila y en las puertas del hospital San José.
Esta actividad enriquece por dentro, ya que la sonrisa de aquellos a los que ayudas te llega de lleno. Eso ocurrió conmigo, cuando al jugar con esos niños en la calle me sentía contagiada por su alegría, y al mismo tiempo no dejaba de preguntarme ¿por qué no puede hacer esto todo el mundo con lo bonito que es? ¡No cuesta nada! Aunque quizás, esa sea una pregunta de la cual nunca podremos sacar una respuesta clara.
En el último lugar, el hospital, fue donde se me rompió el corazón, ya que estas personas no paraban de pedirnos ropa para el frío que llega azotando la población, no podía ayudarlos en ese momento y, a pesar del frío, me quemaba.
Sé que las fotos del hospital no están, no pondré ninguna excusa, no sirve de nada. Simplemente lo encontré una falta de respeto a esas personas que piden ayuda, que se ponen en cola esperando su primera ración de comida caliente seguramente. No pude hacerlo. No podría dedicarme a fotografiar las desgracias de los demás, prefiero ser fotografiada ayudándolos.
Me ha llenado y a la vez me ha limpiado tanto por dentro, que el próximo martes, volveré a estar ahí, contagiándome de la felicidad de unas personas que aún encontrándose en esa situación, son capaces de regalarte la mejor de sus sonrisas, y yo les regalaré lo mejor de mí: mi entrega.
